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Antecedentes para un futuro inmediato PDF Imprimir E-Mail
Escrito por beu   
jueves, 29 de julio de 2004
Bengt Oldenburg

Así como la amnesia nos priva de identidad, la historia nos enseña quienes fuimos, lo que somos y, tal vez, cómo encarar el futuro. Nada mejor, entonces, en estos días aciagos, que rememorar un hecho que, hace 105 años, a su modo fue tan significativo como el 11 S, y en primer lugar afectó a España.

El 15 de febrero de 1898, el USS Maine, de la marina de guerra norteamericana, se hundió en el puerto de La Habana a raíz de una explosión, con la pérdida de 268 miembros de su tripulación. Las causas del accidente nunca fueron aclaradas, pero la prensa americana ladraba casus belli y, a partir de ese momento, los Estados Unidos pusieron en marcha un operativo político-militar premeditado que, en poco más de diez semanas, les otorgó el control tanto del Caribe como de la mayor parte del Pacífico. El mismo George Washington, ya en 1783, había señalado que los Estados Unidos iban a constituir "un imperio nuevo", que se trataba de "un imperio emergente"

Detrás de esa política se puede detectar, desde muy temprano, un deseo expansionista. El mismo George Washington, ya en 1783, había señalado que los Estados Unidos iban a constituir "un imperio nuevo", que se trataba de "un imperio emergente". El hecho de que los Estados Unidos en 1898, bajo la presidencia de William McKinley, lo entendía así, queda fuera de duda. Respaldado por hombres como el entonces subsecretario naval y futuro presidente "Teddy" Roosevelt, el secretario de estado, John Hay, el senador republicano Henry Cabot Lodge y el futuro administrador colonial Elihu Root, se inició una fulminante ofensiva imperialista de enormes implicaciones [1].

El 25 de abril de 1898, los Estados Unidos, valiéndose del incidente del Maine, declara la guerra a España. Seis días más tarde, el almirante George Dewey (recién promovido por Roosevelt) destroza la armada española en la bahía de Manila, a 15 mil kilómetros de distancia (mientras apenas hay 10 mil de Washington a Bagdad). El 21 de junio, la marina de los Estados Unidos se apodera de la isla de Guam, en el centro del océano Pacífico. El 1º de julio , el recién nombrado Teniente Coronel Roosevelt captura el cerro de San Juan, en Santiago de Cuba, liderando un grupo de aventureros juntados para la ocasión. Dos días después, la marina norteamericana, en la bahía de Santiago, destruye la flota española del almirante Pascual Cervera. El 7 de julio, el presidente McKinley anexa las islas de Hawai. Partiendo de un incidente de incierta autoría, los Estados Unidos habían pasado, en menos de cuatro meses, a ser una potencia mundial con ambiciones imperialistas.

Impuesto el tratado de París, en diciembre de 1898, España cedía las Filipinas, la isla de Guam y Puerto Rico a los Estados Unidos y renunciaba a la soberanía de Cuba. Pero Cuba y las colonias españolas sólo habían sido el pretexto para un plan mucho más amplio e inexorable. En 1903, Theodore Roosevelt, presidente después del asesinato de McKinley en septiembre de 1901, subvirtió la soberanía de Colombia y prestó asistencia al gobierno revolucionario panameño a cambio de la firma del tratado sobre el canal de Panamá. Y, entre diciembre de 1908 y febrero de 1909, Roosevelt envió a dieciséis flamantes acorazados de primera clase a dar la vuelta al mundo para exhibir su nuevo poderío naval, segundo sólo después del de Gran Bretaña.

"Las Filipinas no son capaces de autogobierno. ¿Cómo podrían serlo? Sangre salvaje, sangre oriental, sangre malaya, el ejemplo español: son éstos elementos de autogobierno?"

En ese momento, los Estados Unidos se encontraban en una extraordinaria fase de expansión social y económica. Su población se duplicó entre 1870 y 1900, sus exportaciónes se triplicaron entre 1860 y 1897; en 1890 ya era el primer consumidor del mundo de energía y ocupaba también el primer puesto mediático con 186 millones anuales de ejemplares de periódicos y revistas; en 1893 se confirmó su posición como la segunda potencia comercial del mundo, detrás de Gran Bretaña. Entre los motores de esta empresa imperial figuraban, en primer lugar, millionarios como Andrew Carnegie, magnate ferroviario y fundador de US Steel; el rey del petróleo, John C. Rockefeller, y el financiero J Pierpoint Morgan. Los tres eran firmes republicanos, como todos los presidentes norteamericanos entre 1861 y 1913, con una sola excepción.

Los argumentos de este nuevo gigante para justificar sus anexiones, conquistas territoriales y violaciones tanto del derecho internacional como de la soberanía de otros Estados pueden resumirse en dos clases de opinión. Una, del senador republicano Albert J. Beveridge, en esa misma época: "Las Filipinas no son capaces de autogobierno. ¿Cómo podrían serlo? Sangre salvaje, sangre oriental, sangre malaya, el ejemplo español: son éstos elementos de autogobierno?" El otro argumento lo formuló el presidente McKinley ante una delegación de clérigos metodistas, a propósito de la cuestión filipina. Aseguró que había "rezado, arrodillado, en la Casa Blanca" y que entonces tuvo "una revelación": el pueblo americano, y Dios, le pidieron que anexionara las Filipinas.

Berveridge hizo su discurso más famoso ante el senado el 9 de enero de 1900. "Dios no ha preparado a los pueblos de habla inglesa y a los teutones durante mil años sólo para que, ociosos, se contemplen y se admiren a sí mismos. ¡No! Nos hizo los supremos organizadores del mundo para establecer un sistema donde reinaba el caos." Llegó a su conclusión evidente: "Y de todos los de nuestra raza Él marcó al pueblo americano como Su nación elegida para dirigir, finalmente, la regeneración del mundo. Ésta es la misión divina de America. Somos guardianes del progreso del mundo, guardianes de su paz en justicia." Esta perorata fue refrendada inmediatamente por el mismo presidente Roosevelt, futuro premio Nobel de la Paz, mediante un telegrama de felicitación.

"Quiero que matéis a todas las personas capaces de llevar armas y hostiles hacia los Estados Unidos." Preguntado por la edad mínima de un portador de armas, Smith contestó: "diez años"

Resulta interesante notar el concepto de "paz en justicia" y compararlo con la práctica. En las Filipinas, donde la población todavía luchaba contra el invasor, el general Arthur Mac Arthur (padre del héroe de la Segunda Guerra) ordenó que a los guerilleros capturados le fuese negado el estatus de prisioneros de guerra, medida que un siglo más tarde se ha visto aplicado por los Estados Unidos en campos como el de Guantanamo. La tortura y las ejecuciones sumarias llegaron a ser tan rutinarias como luego lo fueron en Vietnam. El general Jacob Smith, conocido por la masacre de indios sioux en Wounded Knee, en 1890, fue comandante en las Filipinas. Sus órdenes a su tropa fueron precisas: "No quiero prisioneros. Os pido que máteis y queméis, y cuanto más, mejor. Quiero que matéis a todas las personas capaces de llevar armas y hostiles hacia los Estados Unidos." Preguntado por la edad mínima de un portador de armas, Smith contestó: "diez años".

Cierta prensa norteamericana se hizo eco de la conducta genocida de sus tropas en las Filipinas, y se organizó una audición en el senado, a partir de enero de 1902, presidida por el senador republicano y amigo íntimo del presidente Roosevelt, Henry Cabot Lodge. Los argumentos de los comandantes entrevistados eran unívocos. El General Hughes alegó que los filipinos "no eran civilizados",el profesor David P. Barrows consideró que la tortura de agua "no era dañina", etc. Al final, el senador Beveridge borró las críticas adversas al ejército que otros testigos habían adelantado, antes de publicar el texto expurgado como un documento del Senado. Y hay que notar que el presidente Roosevelt promovió al general John J. Pershing, luego famoso en la Primera Guerra Mundial, por la saña con la que combatía la secta musulmana de los Moros que se había hecho fuerte en la isla de Mindanao.

Hace un siglo ya predominaban consideraciones fundadas en la idea de una superioridad racial y en la creencia de la misión salvadora mundial de los Estados Unidos. Tanto el presidente Bush como Billy Graham y parte del establishment norteamericano tienen antecedentes de larga data que conviene tomar en cuenta cuando tratamos de hacernos una idea acerca de nuestro destino inmediato.

[1] First Great Triumph de Warren Zimmerman, Farrar Straus and Giroux, Nueva York, 2002, y The Reckless Decade: Americas in the 1890s, de H.W.Brands, The University of Chicago Press, Chicago, 2002.

Artículo original:
http://www.jamillan.com/antec.htm
 
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Firma Por La Separación Iglesias - Estado

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