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China invade África PDF Imprimir E-Mail
Escrito por beu   
jueves, 25 de enero de 2007
Irene Panozzo, Limes / Carmilla on line
Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Gorka Larrabeiti

22-01-2007

?Los primeros años del nuevo siglo son testigos de una continuación de los cambios profundos y complejos de la situación internacional y del ulterior avance de la globalización. (...) China, el mayor país en vías de desarrollo del mundo, prosigue el camino del desarrollo pacífico y persigue una política exterior independiente y pacífica. (...) El continente africano, que comprende el mayor número de países en vías de desarrollo, es una fuerza importante para el desarrollo y la paz del mundo. Las nuevas circunstancias crean nuevas oportunidades para las relaciones entre China y África, tradicionalmente amistosas?.

Comienza con estas palabras el documento programático que el gobierno de Pekín presentó el 12 de enero de 2006. Un documento curiosamente titulado ?La política de China en África?, que retrata y al mismo tiempo constituye la punta del iceberg de un fenómeno de gran calado, que dura desde hace años, siempre encima de la mesa, en las reflexiones referidas a África: la penetración china en el continente. La publicación de este documento es aún de mayor valor, pues se trata de un paso no ya raro sino único por parte del gobierno de Pekín. La articulación de una política específica acerca del continente es la segunda de esta clase en toda la historia de la China popular. Sólo en 2003 Pekín preparó algo similar al dejar escrita su política en relación con la Unión Europea. Pero en el caso de África, la presentación de esta suerte de ?libro blanco? sobre las relaciones chinas con el continente se ha visto enmarcada en una apretada red de encuentros, firmas de acuerdos de cooperación económica, visitas oficiales, contratas riquísimas para la construcción de infraestructuras y contratos energéticos multimillonarios. Para ilustrar el documento a la prensa, compareció aquel día el Portavoz del Ministro de Asuntos Exteriores chino. El Ministro, Li Zhaoxing, no estaba presente por estar comprometido en otro lugar: en África, nada menos, en un viaje oficial de 8 días, que le llevó de Cabo Verde a Senegal, de Mali a Nigeria, de Liberia a Libia. Seis países, seis piezas igualmente importantes para la estrategia china, si bien por distintos motivos: por la pesca, Cabo Verde y Senegal; por el petróleo, Nigeria y Libia; la madera, Liberia; y el algodón, Mali. Pero más allá de los recursos naturales, todos los encuentros bilaterales y los acuerdos firmados por Li Zhaoxing con las partes locales se referían también a la cooperación técnica y política, así como a la médica y cultural.

Las buenas relaciones entre China y los países africanos no son nuevas. Desde la época de la independización, la Guerra Fría y la No-Alineación, China ha venido tejiendo relaciones diplomáticas importantes con parte de los gobiernos del continente. El primer país africano que reconoció a China Popular e instauró relaciones diplomáticas con Pekín fue el Egipto de Nasser en 1956. Hace 50 años y en otro panorama internacional: eran los años del nacimiento de los países no-alineados, creado por el mismo Nasser junto al presidente yugoslavo Tito y al indio Nehru. La China de Mao, cuyas relaciones con la URSS de Kruschov estaban en fase de tensión creciente, era uno de los países a los que cabía acercarse. Más aún habida cuenta de que Nasser había chocado con los países occidentales por la cuestión de Suez, por lo que estaba listo a mirar hacia aquellos comunistas para obtener los fondos necesarios para la construcción de la gran presa de Assuán, dinero que llegó enseguida de la URSS. Las décadas posteriores asistieron al establecimiento de la doctrina china del tercermundismo y a la llegada al poder en algunos países africanos de padres de la patria adalides del ?socialismo africano?, entre ellos el tanzano Julius Nyerere , cuya política de colectivización agrícola basada en las ujamaa (?solidaridad familiar? en kiswahili), las aldeas comunitarias, pilares del sistema agrícola tanzano durante casi veinte años, se inspiraban claramente en los principios de la Revolución china.

Recordando este pasado, el prólogo del documento del 12 de enero apela a las relaciones ?tradicionalmente amistosas? entre China y África, subrayando cómo todos los países, tanto los de una parte como la otra, se pueden catalogar como países en vías de desarrollo. El panorama internacional, no obstante, no es el mismo de los años sesenta y setenta. Por otro lado, la naturaleza de las relaciones entre Pekín y el continente africano ha cambiado radicalmente. Ya no son la ideología, la solidaridad con gobiernos y partidos comunistas o socialistas considerados amigos o las elecciones de política económica lo que determinan el destino de las relaciones entre China y África. Desde hace algunos años las palabras han dado paso al dinero contante y sonante con el que se pagan las concesiones petrolíferas, las ingentes inversiones chinas en infraestructuras de muchos países africanos o los préstamos a intereses casi inexistentes para países tan endeudados que hacen difícil que se reciba financiación de instituciones internacionales o de los países donadores reunidos en el Club de París.

China empezó su nueva penetración en África hace diez años, atraída por las riquezas minerales del continente, sobre todo por sus reservas de petróleo y gas (sin olvidar las de cobre, cobalto, carbón y oro), necesarias para permitir que se mantenga en el país asiático un rápido ritmo de crecimiento económico. Pero fue también la presencia de mercados de fácil penetración, en los que las manufacturas chinas, de buena tecnología y poco precio, desbaratan toda competencia, lo que atrajo la atención de Pekín. África satisface, pues, las necesidades primarias del gran crecimiento económico del gigante chino, que ha sabido crearse amplios espacios de acción en el continente.

La ?conquista? china de África había comenzado hace algunos años sin mucho bombo, con mucho pragmatismo, pero se hizo tan evidente que despertó el interés del resto del mundo; el de los analistas políticos y económicos, pero también el de los gobiernos, empezando por Estados Unidos y Francia, que se encontraron con que habían perdido terreno, en beneficio de Pekín, en un continente considerado estratégico tanto para sus intereses económicos como geopolíticos. Bastan algunas cifras para entender cuál es la cuestión: según datos oficiales del gobierno chino, el volumen de intercambios comerciales entre China y el continente africano se ha cuadruplicado en los últimos cinco años. Sólo en los diez primeros meses de 2005 ha crecido un 39% y ha llegado a superar los 32.000 millones $. De estos, las exportaciones chinas hacia el continente alcanzaban 15.250 millones $, mientras las importaciones ascendían a 16.920 millones $. En esos mismos diez años, las empresas chinas invirtieron en los países africanos un total de 175 millones $.

Oficialmente, el punto de partida de este crecimiento exponencial en las relaciones comerciales entre ambas partes se ha de fijar entre el 10 y el 12 de octubre de 2000, cuando se reunieron en Pekín los ministros de AA.EE y de la cooperación de China y de 44 países africanos, creando el Fórum para la cooperación China-África, una ?plataforma realizada por China y por los países africanos amigos para [dar vida] a consultas y diálogos colectivos y a un mecanismo de cooperación entre países en vías de desarrollo que se enmarca dentro de la categoría de la cooperación Sur-Sur?. Desde entonces Pekín ha cancelado los aranceles de 190 tipos de productos de importación provenientes a su mercado interno de 28 países africanos menos desarrollados, mientras las manufacturas chinas invadían el mercado africano.

Pero en octubre de 2000 Pekín ya estaba presente de modo importante en algunos países africanos. Sobre todo en uno, Sudán, que se convirtió oficialmente en productor y exportador de petróleo en setiembre de 1999 gracias mayormente a la intervención china. Que en el subsuelo de la región fronteriza entre el Norte y el Sur de Sudán hubiera petróleo se sabía ya desde finales de los setenta; sin embargo, la reanudación de la guerra civil entre las dos partes del país en mayo de 1983 había impedido trabajar a las compañías petrolíferas extranjeras presentes en el terreno. A mediados de los años noventa, tras años de parón y de conflicto aún vivo y extenso, un consorcio conocido con el nombre de Greater Nile Petroleum Operating Company (GNPOC) cogió las riendas tanto de los trabajos de prospección y explotación de los bloques 1, 2 y 4 como la construcción de una refinería a las afueras de Jartum así como la de un oleoducto de 1.600 km. necesario para llevar el crudo de los campos petrolíferos del Sudán meridional a Port Sudan, en el Mar Rojo. Con el 40% de las acciones, el socio mayoritario del consorcio es la China National Petroleum Corporation (CNPC), una de las mayores compañías petrolíferas estatales chinas y de las más activas en los mercados extranjeros. Además de la participación en la GNPOC, la CNPC disfruta de la concesión ?en exclusiva? del bloque 6 por entero, mientras que divide con otras compañías extranjeras la explotación de los bloques 3 y 7.

El hecho de que las compañías chinas no deban responder de sus acciones y de su eventual implicación en situaciones de guerra y de graves violaciones de derechos humanos ante una opinión pública sensible a estos temas ha favorecido sin lugar a dudas la estrecha colaboración de China, puesto que más de la mitad del export sudanés de crudo va a parar al coloso asiático, cubriendo así el 5% de su demanda. Pero no sólo es el petróleo lo que atrae capital chino a orillas del Nilo: están también las infraestructuras por crear ex novo ?entre otras una tubería de 470 km. para llevar agua del Nilo y del Atbara a la árida región oriental (un proyecto adjudicado en junio de 2005 y que costará 345 millones de $) y el mayor proyecto hidroeléctrico en marcha en el continente, una presa en construcción a 350 km al norte de Jartum, a la altura de la cuarta catarata del Nilo- y la venta de armas, el sector de las telecomunicaciones y la cooperación técnica y médica.

Sudán es el principal destinatario de las inversiones extranjeras chinas y uno de los países africanos con los que Pekín tiene más intercambios comerciales. Pero no es el único. Sobre todo por que no sólo existe el petróleo sudanés. Las tres principales compañías petrolíferas estatales de China, la CNPC, la CNOOC, y la SINOPEC se están quedando con más y más espacios en la explotación del crudo africano. Mientras la CNPC anda comprometida en prospecciones en el Sur del Chad y en Etiopía Occidental, la CNOOC ha firmado en enero del pasado año un acuerdo multimillonario con Nigeria para comprar el 45% de la concesión de propiedad de la South Atlantic Petroleum, que comprende importantes yacimientos off-shore tanto de petróleo como de gas.

Aparte de los recursos energéticos hay más. El dinero chino está transformando el paisaje de muchas capitales africanas (desde Yamoussoukro en Costa de Marfil, donde ya se están construyendo alojamientos para 225 diputados marfileños, hasta Luanda en Angola, donde empresas chinas están restaurando un barrio entero) mediante un maquillaje que espeja también desde fuera el cambio arraigado en el tejido económico. También fuera de las capitales son visibles los cambios; chinos son tanto el capital como la ingeniería de la ferrovía construida en Angola, por ejemplo, o las carreteras y los puentes levantados en Ruanda, así como la autopista en Etiopía y buena parte de la red de transportes de Zimbabwe. La buena tecnología a bajo coste que ofrece China mediante sus productos ha significado para muchos países poder saltar a la telefonía celular sin pasar por la red telefónica tradicional, todavía con grandes insuficiencias en muchas capitales africanas.

La relación entre China y África es interesante para ambos. Es ésta la situación que retrata el documento programático publicado el 12 de enero. El ?nuevo modelo de asociación estratégica que propone el ?libro blanco? no descuida ámbito de cooperación alguno: política, economía, infraestructuras, cultura, hasta un total de unos treinta sectores distintos. Y no hay duda de que a los países africanos la propuesta les pueda parecer apetecible, más aún a sabiendas de que Pekín no pone condiciones políticas. Mejor: pone sólo una, fácil de respetar: sumarse al principio de ?una sola China?, rechazando mantener relaciones oficiales con Taiwan. Una elección que, echadas las cuentas, conviene hacer si la gran mayoría de países africanos prefiere Pekín a Taipei.

El último en romper con Taiwan para volver a establecer relaciones diplomáticas con la China Popular ha sido Senegal, premiado inmediatamente. En su visita a África de mediados de enero, el ministro de AA.EE., Li Zhaoxing, hizo etapa también en Dakar, donde declaró que China quiere extender la cooperación bilateral a cualquier campo, de la agricultura a la educación, a la sanidad o a la cultura. Mientras tanto, firmó un acuerdo de cooperación económica y tecnológica.

La falta de condiciones políticas, excluido el principio ?una sola China?, queda subrayada asimismo por el énfasis que pone China, por una cosa o por otra, en el mutuo respeto de los límites territoriales, en la no agresión y, sobre todo, en la no interferencia en los asuntos internos de los países. Lo que significa no plantear cuestiones ni poner condiciones de ningún tipo ni siquiera a gobiernos no democráticos, violadores de los derechos humanos o altamente corruptos. El ejemplo sudanés tampoco es el único en este sentido. La política de la ?mirada a Oriente? emprendida por Robert Mugabe, presidente de Zimbabwe, en respuesta al boicot progresivo y al aislamiento internacional con el que los países occidentales y las instituciones financieras internacionales reaccionaron ante los repetidos fraudes electorales y a la violencia usada por el régimen para expropiar a los colonos blancos recibió una calurosa bienvenida en Pekín. No sólo de palabra: cuando en julio de 2005 Mugabe realizó una visita oficial a China, recibió todos los honores reservados a un jefe de Estado y, por añadidura, ni siquiera le dejaron volver a casa con las manos vacías. A cambio de concesiones mineras, Mugabe obtuvo préstamos (entre los cuales había uno de 6 millones $ para importar maíz) y acuerdos comerciales, una inyección vital para la ahogada economía de un país condenado a pasar hambre, privado desde hace años de ayudas económicas occidentales y de la asistencia financiera del Fondo Monetario Internacional y de la Banca Mundial. El cambio radical en la orientación de la política exterior del país se ha reflejado asimismo en las medidas del ministerio de Educación, que, en enero de 2006, con ocasión del inicio del nuevo año escolar y académico, anunció que el chino se iba a convertir en materia de estudio en todas las universidades del país, con el fin de favorecer el turismo y los intercambios comerciales con Pekín. Las cosas tampoco han sido muy distintas en Angola, segundo productor, tras Nigeria, de petróleo africano, que está resurgiendo de sus cenizas después de una guerra civil que duró casi treinta años. El fuerte endeudamiento del país y la falta total de transparencia, que ?no es un misterio- esconde un sistema corruptísimo, impiden de hecho a Angola acceder a la asistencia financiera del FMI y de la Banca Mundial, así como también a los créditos de los principales países donantes. El vacío que han creado las reglas del Club de París lo ha colmado rápidamente China: en marzo de 2004 el banco chino Eximbank concedió al gobierno de Luanda una línea de crédito de más de 2000 millones de $ para que se utilizara, proyecto a proyecto, en la reconstrucción de las infraestructuras (red eléctrica, carreteras, puentes, aeropuertos, ferrovías y demás) del país devastado por la guerra. Sin embargo, los detalles del acuerdo no se han dado jamás a conocer. Lo que sí se sabe es que el crédito recibido se paga mediante provisiones de petróleo a China. Las importaciones de crudo angoleño han ido creciendo hasta alcanzar en los meses de enero y febrero de 2006 los 456.000 barriles diarios, una cifra que basta para satisfacer el 15% de la demanda diaria de China. Angola se ha convertido así en el principal abastecedor de crudo de Pekín, superando no sólo a Sudán, hasta ahora principal proveedor africano de China, sino también a Irak y Arabia Saudí.

Vínculos económicos y comerciales, inversiones en infraestructuras, cooperación técnica y militar, cobertura política sin preguntas ni peticiones: son estos los puntos de fuerza de la relación de amistad creciente entre China y África. Tampoco falta el elemento más estrictamente diplomático. Cincuenta años después de la instauración de las primeras relaciones diplomáticas entre Pekín y un país africano, China se presenta, pues, como alternativa real al monopolio de EE.UU. También a Washington le ha quedado claro que no se trata de una competencia que se ciña sólo al ámbito económico. El documento programático del 12 de enero representa una inequívoca oferta de apoyo en campo internacional cuando afirma que ?China reforzará la cooperación con África en el marco de las Naciones Unidas y en otros sistemas multilaterales, asegurando apoyo a las justas peticiones recíprocas y a posiciones razonables?, mientras en otro pasaje los políticos de Pekín insisten en la disponibilidad para ?seguir reforzando la solidaridad y la cooperación con los países africanos en terreno internacional y buscando posiciones comunes a propósito de las principales cuestiones internacionales y regionales?.

Una apertura tal de crédito, esta vez político, a buen seguro que no pasará inadvertida a los ojos de muchos regímenes africanos, puesto que contar con cobertura diplomática en todos los foros que cuentan, empezando por el Consejo de Seguridad de la ONU, en el que Pekín es uno de los pocos miembros que goza de derecho de veto, no es cosa de poco para gobiernos que, en muchos casos, tienen mucho que esconder. Y los países africanos saben que China no promete en vano. También en este caso el ejemplo sudanés ha hecho escuela. Con el agravamiento de la guerra en Darfur, en enero de 2004, los Estados Unidos propusieron repetidamente al Consejo de Seguridad que se adoptaran sanciones económicas contra Sudán para inducirlo a consejos más razonables. Se habló de un embargo en los sectores petrolero, armamentístico y de medidas financieras adoptadas contra los principales exponentes del gobierno. La adopción de la más mínima sanción quedó bloqueada por la amenaza de veto de China, lista para defender con uñas y dientes al que, en aquel entonces, aún era su principal abastecedor de crudo en África.

Tras un largo tira y afloja, el 30 de julio de 2004 el Consejo de Seguridad adoptó, con 13 votos a favor pero con las abstenciones de China y Pakistán, la resolución 1556, que concedía a Jartum treinta días de tiempo para reestablecer el orden en Darfur y poner el freno a las milicias janjawid, los ?diablos a caballo?, que se han hecho tristemente famosos en los últimos años por las atrocidades cometidas contra los pueblos africanos de la región. En caso de incumplimiento se preveían ?ulteriores acciones, incluidas las previstas en el artículo 41 de la Carta de las Naciones Unidas?. Jartum respondió a la amenaza con medidas débiles, de fachada, que no cambiaron de hecho la situación sobre el terreno. El gobierno sudanés estaba seguro de tener las espaldas cubiertas con el apoyo de China y, en segunda instancia, de Rusia, de cuyas empresas Sudán ha comprado a menudo armas pesadas. Y así fue: pese al incumplimiento de Jartum, en setiembre el Consejo de Seguridad adoptó otra resolución de contenido similar al de la 1556, sin prever, no obstante, ninguna de las ?ulteriores medidas? anunciadas a finales de julio.

Las veladas amenazas del pasado verano se sacrificaron en el altar de los equilibrios diplomáticos en el seno de la ONU, siempre gracias a la tenaz oposición de China a todo castigo por blando que fuera contra Jartum. Al final de una pregonadísima reunión extraordinaria del Consejo de Seguridad en Nairobi, la cuarta celebrada fuera del Palacio de Cristal en toda la historia de la organización, el 19 de noviembre de 2004 se adoptó por unanimidad una resolución totalmente ?aguada?, de la cual se había eliminado toda referencia a eventuales sanciones futuras, mientras en Darfur la situación no presentaba visos de mejora.


Fuente: http://www.carmillaonline.com/archives/2006/12/002084.html#002084

Traducido por Gorka Larrabeiti, miembro de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta página se puede reproducir libremente con fines no lucrativos, a condición de respetar su integridad y de mencionar a sus autores y la fuente.
 
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