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¿Existe una alternativa a la teoría de la evolución? PDF Imprimir E-Mail
Escrito por beu   
lunes, 13 de diciembre de 2004
(O: Por qué la gente que lo cree está equivocada, descaminada y es peligrosa).

Por Steven Novella (doctor en medicina) ? 28 Octubre, 2004

Existen varias versiones del peligroso error conocido por creacionismo. Los creacionistas creen que ?la joven Tierra? fue creada hace diez mil años en seis días; algunos admiten galantemente que la Tierra es más antigua. Pero todos los creacionistas niegan un hecho científico: la vida en la Tierra es producto de la evolución, lentos cambios a lo largo del tiempo producidos principalmente por variaciones a causa de la selección natural.

Existe mucha gente que defiende semejante idea. Según la encuesta Gallup del 2001, el 47% de los norteamericanos aceptan una visión estrictamente creacionista, y solo el 12% acepta una visión completamente científica de la evolución. Y los creacionistas han intentado ? con éxito ? que su visión llegue a los temarios en las escuelas a lo largo del país, en estados como Kansas y Georgia. Esto, a pesar del hecho de que casi todos los científicos especializados en ciencias naturales ? aproximadamente el 98% - acepten la evolución como un hecho establecido. Entonces, dos preguntas: ¿Por qué esa diferencia entre la opinión pública y la de los científicos? Y ¿Por qué deberíamos preocuparnos?

Existe una controversia progresiva entre el creacionismo y la evolución ? pero en las juntas escolares, no entre los científicos. Casi todos los científicos están de acuerdo en la abrumadora consistencia de las evidencias a favor de la evolución ? extraídas del registro fósil, genética, biología de desarrollo, estudios de población, bioquímica y anatomía. También existen pruebas solo explicables por la teoría de la evolución, como la existencia de antiguos fósiles de ballenas con patas, y de pollos con una latente habilidad para que les crecieran los dientes.

La controversia se arrastra desde hace más de un siglo. Tras la publicación por Charles Darwin de El Origen de las Especies en 1859, la mayoría de los científicos se mostraron rápidamente convencidos, pero la teoría encontró una fuerte oposición religiosa. Los Estados Unidos dictaron leyes contra la enseñanza evolucionista, y algunas de esas leyes permanecieron en los libros hasta bien entrada la década de los 60. Pero en los 70 y en los 80, temiendo la derrota de la batalla a manos de la ciencia, los creacionistas cambiaron sus tácticas: ya no intentarían prohibir la evolución, sino que tratarían de ganar la ?igualdad? para el creacionismo. Bajo la apariencia de ?juego limpio? argumentan que ambos ?modelos? (no utilizan el término ?teoría?) sobre nuestro origen deberían enseñarse a los estudiantes, los cuales podrían entonces formarse sus propias ideas.

Para que su fe religiosa parezca más científica, los creacionistas han acuñado el término Diseño Inteligente (o DI).

El argumento central del DI es que la vida muestra estructuras que son ?de una complejidad irreducible?, lo cual significa que esas estructuras no podrían desempeñar sus funciones actuales si fueran más sencillas ? y ya que la evolución necesita pasar a través de estados intermedios más sencillos, éstas no podrían haber evolucionado.

Por ejemplo, el defensor del DI, Michael Behe, argumenta que el flagelo del organismo unicelular llamado paramecio ? la cola motora que utiliza para impulsarse a través del agua ? no podría funcionar si alguna de sus piezas faltara. Este argumento de la ?complejidad irreducible?, sin embargo, fue derribado hace mucho tiempo por los evolucionistas, que se dieron cuenta que una estructura compleja podía evolucionar a partir de una estructura más sencilla que desempeñase una función diferente y menos especializada que su propósito actual. Un flagelo no tuvo por que evolucionar específicamente para funcionar como un motor, sino que podría haber evolucionado a partir de un apéndice destinado a recolectar comida. Los defensores del Diseño Inteligente no encuentran respuesta a esta crítica fatal contra la base misma de su demanda.

Pero volvamos a la controversia real: ¿Por qué deberíamos preocuparnos sobre lo que se les enseña a nuestros hijos sobre la ciencia? En un mundo cada vez más dominado por la ciencia y la tecnología, los beneficios de contar con una población de votantes con formación científica deberían ser obvios. Además, más importante aún que la enseñanza de los últimos hallazgos de la ciencia ? lo que los científicos creen que es cierto en la actualidad ? es la enseñanza del modo en que funciona la ciencia. El Diseño Inteligente no debería impartirse como ciencia en las escuelas, ya que no es ciencia. Por ejemplo, el DI no puede establecer sus hipótesis de modo que puedan ser comprobadas mediante observación y demostradas falsas. Los expertos de la DI distorsionan el proceso de la ciencia.

Lo triste es que los creacionistas han logrado triunfar a la hora de hacer pública la controversia sobre la evolución, incluso cuando dicha controversia no existe entre los científicos. Han forzado a las compañías editoras de los textos a retirar la palabra ?evolución?, o han conseguido difuminar su tratamiento. No es de extrañar que la opinión pública difiera tanto de la científica: los creacionistas han destrozado con éxito el buen sistema educativo científico. Han creado un público ignorante y ahora lo explotarán aún más a favor de su causa.

Pero este puede ser un buen principio: la comunidad científica y no los políticos, debería determinar lo que es verdadera ciencia. A la hora de abordar cuestiones relativas al origen de las especies deberíamos confiar en la gente formada en los laboratorios, y no en los seminarios. Especialmente en un mundo donde la tecnología es un asunto de seguridad nacional, un mundo en el que la educación es la clave para derrotar a la pobreza y al terrorismo por igual, nos debemos a nosotros mismos el prestar atención a los científicos, no a los vendedores de ungüento de serpiente.
El Dr. Steven Novella, profesor asociado de neurología en la Universidad de Yale, es cofundador de Escépticos de Connecticut, y de la Sociedad de Escépticos de Nueva Inglaterra.
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Traducido por Miguel Artime para:
 
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