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Era del Imperio, semillas de la Resistencia PDF Imprimir E-Mail
Escrito por beu   
lunes, 25 de julio de 2005
David de Ugarte

Con cuatro años más de presidencia Bush por delante ¿qué país podría vindicar su autonomía y empujar de modo efectivo hacia un nuevo orden internacional? Lo que la trayectoria de la primera legislatura republicana nos ha enseñado que sólo podrán aquellos que sean capaces de desarrollar su independencia tecnológica. En el nuevo gran juego no importa la ideología ni el continente pero si el software que corra en los sistemas de defensa e inteligencia. Es una nueva fase en una batalla sin precedentes: En un lado el tandem Microsoft-Bush, en otro los países emergentes con Brasil, Alemania y China a la cabeza. Por cierto, los únicos que posiblemente podrán combatir de manera efectiva el terrorismo de red. Y es que cuando aplicamos el término "colaboracionistas" a los políticos que contratan con Microsoft seguramente nos quedemos cortos. Cuando en noviembre de 2000 Wired publica su número especial sobre el caso Microsoft todo parece indicar que la compañía no va a poder evitar el desmembramiento. Es noviembre, mes de elecciones presidenciales, y Gates apuesta fuerte por el candidato republicano. Ya en abril había contratado a Ralph Reed, el asesor de Bush en temas tecnológicos para mantener contactos con el candidato republicano sobre el juicio antimonopolio en curso, en el caso de que resulte elegido en las elecciones de noviembre. No es el único, en general, los oligopolios vinculados a la propiedad intelectual (software, audiovisual y farmaceúticas), entonces en plena radicalización, apoyarán al candidato republicano que ganará por los pelos tras un polémico recuento electoral en el estado gobernado por su hermano Jeff. Y con él ganarán todos, en primer lugar Gates.

Un programa para la revolución tecnoconservadora

Tras el 11S el pastel de los nuevos amigos presidenciales será grande. Estados Unidos está rehaciendo su doctrina militar desde la lógica de las tecnologías de la información:

Se transforma la guerra moderna de un modo similar al que los ERP transfomaron la organización de las grandes empresas durante la última década: haciendo más ligeras sus estructuras de recursos, agilizando la toma de decisiones y permitiendo a la organización de la simultaneidad coordinada de frentes. Este es el núcleo de lo que se ha llamado la "Revolución de los Asuntos Militares".

Este cambio de concepción militar no se quedará sin embargo en la industria especializada. Se trasladará desde la industria tecnológica a toda la economía norteamericana en una nueva suerte de intervencionismo económico militarista. Como escribe el profesor David Silver, en la lógica neocon la respuesta al 11S pasa por la militarización de Sillicon Valley. La tecnificación extrema del ejército norteamericano, que busca convertirlo en la primera fuerza militar de acción rápida global, dará pie a una verdadera "burbuja .mil" que militarizará la industria tecnológica. La cantidad de recursos necesarios para conseguirlo "militarizará" a su vez en bloque el presupuesto norteamericano y a través de él toda la economía: la economía americana vuelve de nuevo a la guerra, es el retorno del complejo militar industrial tras los años Clinton..

La estrategia imperial de los neoconservadores

El gran proyecto neocon se arma para "solucionar el mundo de una vez y para siempre". Un proyecto imperial que pivota sobre tres ejes que a su vez atan su ligazón con las grandes industrias unidas a la redefinición restrictiva de los derechos de propiedad intelectual:

1. Ejercito basado en una superioridad tecnológica abrumadora... que aunque vulnerable a la guerra de red, se pretende ubicuo, como demuestra el proyecto GIG.
2. Dominio global de la información, es decir, acceso universal a los sistemas informáticos de empresas, gobiernos y servicios de seguridad. La idea de que un consorcio militar-tecnológico- gubernamental pueda controlar para qué, cómo, cuando y sobre todo quién, utiliza su propia estructura informática no es ya una pesadilla ciberpunk, se llama Palladium y es el proyecto estratégico de Microsoft, Intel y las grandes agencias de seguridad norteamericanas. La clave es que para que esto sea legalmente posible implica la redefinición de la propiedad intelectual para que el vendedor de software o contenidos gane el derecho legal de control sobre cómo utiliza el comprador la información que ha comprado. Lo que debería hacer que los gobiernos europeos y latinoamericanos se replantearan la alegría con la que aceptan la "filosofía SGAE" sobre derechos de autor. Como escribíamos hace ahora dos años:

Que un reducido grupo de empresas y agencias norteamericanas puedan controlar en cada momento para qué se usan y cuando los ordenadores de todo el mundo debería ser recibido con suspicacia no sólo por los defensores de los derechos civiles y la industria tecnológica del resto del mundo, sino por los gobiernos que pronto descubrirán hasta que punto su soberanía reside en el escritorio de los PCs.

3. Dominio del imaginario global: fortaleciendo las tendencias a la concentración de la industria audiovisual, paralelas a la "americanización" de sus contenidos, pues en esa lógica oligopolista no cabe soñar, como demuestra el caso Vivendi, con un contrapeso europeo. Los neocons entenderán pronto que la "excepción cultural" no supone un freno real para una tendencia económica cuyo reforzamiento estratégico pasa, una vez más por la interpretación restrictiva de la propiedad intelectual. Kazaa y la música libre serán el enemigo real a batir por el Imperio, no el cine de autor con subtítulos.

Jaque al imperio

En este marco no es de extrañar que el ala dura republicana se uniera a Microsoft hasta el punto de perseguir como objetivo la ilegalización de Linux. La independencia tecnológica, que hoy sólo puede ofrecer el software libre, ha convertido a este en el principal enemigo del proyecto de imperio tecnomilitar y cultural que los neocons representan. Por eso toda alternativa política a la revolución neoconservadora debe partir necesariamente de la defensa de los nuevos sistemas de propiedad intelectual: desde el software libre a la música pasando por la industria farmaceútica.

Y eso es precisamente lo que pareció entender en 2002 el gobierno alemán: sin independencia tecnológica su rechazo a la entonces en perspectiva guerra de Irak, primer síntoma de una política exterior y de seguridad independiente, sería insostenible en el tiempo. Porque como escribíamos en octubre de aquel año:

Cuando la tensión internacional crece, la defensa nacional empieza en el escritorio, en los servidores, en los lugares donde la información se concentra. Si quieres existir en el mundo globalizado tienes que estar seguro y ser el único dueño de tu propia información. Controlar qué corre cada ordenador de tu administración y de tus empresas para asegurarte de que no sean vulnerables... y todo sin perder posibilidad de comunicación con el resto del mundo. Esto sólo es posible con Linux y es lo que ha visto Alemania en el sistema operativo de los tekis.

De China y Japon a Brasil

Pero el primer golpe realmente grave y de repercusión global vendrá desde el Pacífico en septiembre de 2003:

El gobierno chino anunciaba el paso de todos sus sistemas a Red Flag. Como casi todos los grandes proyectos chinos, Red Flag, es producto de una estrategia estatal a largo plazo. Presentada en el verano de 1999 y fundada formalmente en marzo de 2000, fue desarrollada por el Instituto de Software de la Universidad de Pekín con la participación de todas las instituciones estratégicas del estado chino.

El gigantesco estado chino puede parecer lento a ojos occidentales. Sin embargo es constante como él sólo. Durante estos años ha ido tejiendo una red de alianzas que incluye no sólo a Oracle, sino a HP-Compaq, Intel, Acer... Por eso no ha bastado que Microsoft ofreciera acceso al código de Windows, ni que sus relaciones públicas echaran el resto. Cuando han ido a moverse ya era tarde: los burócratas chinos entienden el control total sobre el código como una cuestión de seguridad nacional y llevan razón. El estado chino hace tiempo que descubrió su poder de monopsodista sobre el mercado interno y lo está usando para comprometer en su estrategia a los gigantes norteamericanos, orientándoles a desarrollar su propia independencia tecnológica.

Pero China es más que China: su estrategia de independencia tecnológica se hará pronto extensiva a todo Asia, involucrando directamente a Japón y Corea en un movimiento común que miraba en primer lugar a América Latina. Escribíamos entonces que:

Como declaraba el citado Junichi Saeki, los países en vías de desarrollo, como China o Corea, no obtienen un beneficio real del software propietario. Quieren participar del proceso de desarrollo. No quieren ser controlados por compañias occidentales. Eso es lo que ha entendido Japón. ¿Lo entederá algún día Europa en sus relaciones con Latinoamérica?.

Sin embargo no sería Europa, sino el Brasil del presidente Lula quien construyera una politica global que enfrentara desde un discurso explícito sobre la propiedad intelectual libre a farmaceúticas, Microsoft y el monopolio audiovisual. Brasil, redefinido según Wired como una nación unida bajo Linux con música libre y código abierto para todos, se postula como la primera potencia capaz de ejercer un liderazgo regional autónomo en un área tradicionalmente bajo dominio norteamericano.

El imperio contrataca

Pero no cabía esperar que las fuerzas del monopolio y el imperio se quedaran quietas. El año 2003 y 2004 verán la mayor ofensiva a nivel global contra las nuevas formas de propiedad intelectual en las que Estados Unidos se juega la viabilidad de su dominio directo y estable sobre el mundo:

En agosto de 2003, usando los viejos mecanismos de lobby heredados de la guerra fría, conseguirán literalmente dictar a la Unión Europea una propuesta de directiva de patentes que incluye la patentabilidad del software y por tanto abre vía a las guerrillas judiciales sólo acometibles por Microsoft y sus aliados. La importancia estratégica de la apuesta será entendida y asumida como propia por Bush, que la convertirá en centro de la cumbre euroamericana de agosto de 2004.

Al mismo tiempo, en Estados Unidos, donde ya puede jugar con la patentabilidad, Microsoft "compra" SCO y se dedica a defender que Linux es un plagio de UNIX, en lo que aparece originariamente como un intento de freno del avance de Linux en Europa... Pero la jugada tiene mayor calado: la semana pasada Gates mandó a su segundo, Ballmer, a la cumbre Asia-Pacífico. El discurso destapa claramente la connivencia Bush-neocons-Microsoft tanto como sus miedos: con cuatro años de Bush por delante Microsoft anuncia a China, Japón y Corea que de perseverar en Linux utilizará el poder americano en la Organización Mundial del Comercio contra ellos, su independencia tecnológica es inaceptable para el imperio. Los chinos recuerdan que cambiar el rumbo supondría desarmar su ejército. Y es que sin Linux, con Microsoft, es impensable, imposible, la independencia de las personas, las empresas y los países. Es inviable la seguridad. No hay más alternativa: software libre o supeditación. El consorcio militar- tecnológico- cultural es el verdadero imperio. La esencia de la cárcel universal soñada por Gates y los neocons. Se construye con bits pero se paga con sangre.

Aliados,colaboracionistas y resistentes

Pero la batalla no es sólo entre países. En cada país hay colaboracionistas, grupos de presión cuyos intereses se unen al proyecto neocon vía redefinición de la propiedad intelectual y, claro está, resistentes. El Imperio tiene juego para los dos primeros y ayuda a criminalizar a los últimos. Juego, foto y oferta pública de "donaciones" para los políticos a los que solicita "neutralidad" a la hora de los concursos. Un discurso que muchos hacen suyo olvidando que el dinero público para software debe ser para software que quede de dominio público. Todo lo demás es malversación de fondos. Corrupción. Fruto seguramente del analfabetismo tecnológico de los gobernantes y no de su codicia. Pero corrupción al fin.

Apoyo para los que como la SGAE se dedican a criminalizar las tendencias sociales ligadas a la red, haciendo suyo el discurso sobre propiedad intelectual que conviene al Imperio.

Pero el hecho es que hoy cualquier intento de tener una política de seguridad y exterior autónoma, capaz por cierto de enfrentar al terrorismo de red, requiere del software libre tanto como de una reforma legal que consolide los nuevos sistemas de propiedad intelectual abierta. Sin independencia tecnológica, sin software libre y reforma del sistema de propiedad intelectual, sólo cabe el sometimiento.
 
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